miércoles, 7 de octubre de 2009

Hierro del número 3.



Respiró hondo, cerró los ojos y relajó sus músculos mientras mantenía la postura. Sostenía el frío y alargado acero entre sus dedos.

Concentración y decisión transmitida a sus manos.

Contuvo el aire en sus pulmones por unos segundos, balanceó la barra de acero y golpeó su objetivo con todas sus fuerzas.

No quiso mirar y expulsó el aire tranquilamente. Algo le había salpicado en los pantalones al impactar.

Temiendo lo peor miró hacia abajo localizando la suciedad de siempre, esa sustancia resbalaba por sus espinillas manchando de goterones el suelo.

Enterró su motivación del día en la ira que le provocó las manchas en su nuevo traje y golpeó su objetivo varias veces, hasta dejar la superficie lo más amorfa posible.

Un llanto ahogado sonó a unos pocos metros. Se giró y visualizó a esa rata, esperando ver si también dejaría su cráneo fragmentado en trozos aleatorios sin sentido.

Levantó el hierro y le señaló, dando a entender que si todo no iba de la forma prevista sería el siguiente bulto de carne inerte que ensuciaría la moqueta de aquella habitación de hotel.

Asintió con la cabeza mientras todo su cuerpo temblaba.

Era de entender...

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20 minutos después.

Un tono…

Dos tonos…

Tres tonos…

Cuatro tonos...


- ¿Sí?

- Raymond, ya está hecho.

- ¿Algún contratiempo Andrew?

- Nada que no se pueda resolver con un partido de golf.

- Entiendo.

- Dígale al Don que este tema está zanjado. No volverán a cerrar más el local.

- Perfecto. Se lo haré saber, seguro que se alegrará de que hayas solucionado este asunto con tanta brevedad. Como siempre.

- Bien. Si me necesitan ya saben donde localizarme.

- Sí. El Don agradece tu fidelidad y la eficacia de tu trabajo. Estamos en contacto.

- De acuerdo, hasta pronto.