miércoles, 8 de julio de 2009

El sueño pactado.




Las palabras no eran menos importantes que los gestos, sino la importancia que les dieron. Las miradas no decían nada distinto, pues por ellos era sabido que era el final.

Permanecían en silencio a la orilla de aquel río, salvaguardados por el manto de la noche y las luces envidiosas de la ciudad.

Un simple “Quédate” o un “Ya te llamaré” hubiese estado de más. Conocían muy bien los caminos separados que seguirían. Él marchaba lejos, persiguiendo un sueño y ella tomaría la senda del olvido apelando a los brazos de alguien que realmente la cuidaría.

Sus caminos no volverían a cruzarse más, o al menos no de la misma forma, cuando volvieran a verse… todo habría cambiado y aunque en sus almas quedase la huella del ayer sus mundos habrían cambiado tanto que el reencuentro sería doloroso y extraño. Inadaptable a sus costumbres. Un reencuentro superficial engañándose a si mismos… pero era por el bien de ambos.

Pactando bajo la luna acordaron vivir esa última noche como un sueño, sin fecha, sin lugar… un sueño que recordarían el resto de sus vidas y del que jamás hablarían. Un sueño en el que alojarse cerrando los ojos, un sueño en el que harían todo aquello que les quedara pendiente por hacer…como si de acabarse el mundo al amanecer se tratase, vivieron el sueño de la última noche.

Las horas pasaron y el tiempo hizo mella en el manto que les protegía. El brillante Helios apareció y todo se esfumó. El sueño, las flores, la pasión y el vino… todo se marchó y la realidad volvía sobre sus espaldas. Ése era el verdadero final al que tanto temían y el que ambos habían elegido.

Juntos recorrían el trayecto que llevaba desde la cama hasta la puerta de la casa. Paseaban lentamente agarrados de la mano, como si de unos condenados a muerte se tratase… aparentando ser fuertes y sin dejar que la tristeza ahogara el día. Pactando el vivir del recuerdo cuando la nostalgia les invadiese, llegan al portal.

Él, temblando, cruzó el portal y se giró para reencontrarse en las pupilas de su cómplice en aquel sueño.

Durante unos segundos se miraron fijamente, no pronunciaron ni una sola palabra, pues sus miradas eran todo lo que necesitaban oír. En ese tiempo congelado, los corazones se quebraron, dejando algo en aquel lugar.

Un leve gesto de despedida con la mano y ambos pronunciaron al unísono “No me olvides, por favor”. Y ambos sonrieron asintiendo con la cabeza. Él dio unos pasos atrás y con una leve inclinación a modo de despedida, se dio la media vuelta, mientras que Ella cerraba la puerta.

Al cruzar la esquina de su calle, Él se giró y lanzó una mirada al portal, casi obligada a decir  “Adiós”, mientras ella tras la puerta intentó pronunciar alguna palabra...

Pero no pudieron hacer nada más que dejarse llevar por el silencio.