La eterna oscuridad estaba sumiendo a ciudad de Syón en el peor de los castigos, el olvido.
Las puertas estaban abiertas y no se oía nada al principio…La sala estaba a oscuras, envuelta en la fría y espeluznante soledad de los tiempos…
Fílakos, último guardián de la paz entre los seres antaño llamados Celestiales, se arrastraba por el suelo intentando llegar hasta los pies de su padre Gabriel, rey divino de la ciudad de Syón. Puesto otorgado por la mano divina y mensajera de los cielos mas altos.
Fílakos, herido de muerte con una pierna y un brazo mutilados se arrastraba entre polvo y sangre hasta el trono de su padre que permanecía inmóvil. Iluminado únicamente por la suave luz de una antorcha apunto de apagarse.
- Padre…padre… lo que temíamos ha ocurrido. Los caídos se han revelado, han roto el pacto de los cielos…Quieren salir de la ciudad…Todo se ha convertido en un campo de batalla y hay rumores sobre algunos caídos que han abandonado la ciudad…
Gabriel permanecía inmóvil en su trono, mientras Fílakos a duras penas se aproximaba a él.
-Padre… ¿Por qué no dices nada? ¿A caso no te importa? Si salen de la ciudad la oscuridad llegará hasta los humanos…
Gabriel permanecía inmóvil. Su hijo Fílakos, llegó hasta el trono y con la ayuda de su espada logró incorporarse un poco para poder ver de cerca los ojos de su padre. El cuál permanecía inmóvil mirando hacia la puerta.
-¿Por qué no haces nada padre?- Contestaba asustado Fílakos.
-Mi camino termina aquí…- La voz atronadora de Gabriel resonó en un leve susurrro- es el fin…no he pod…podido cumplir el pacto…perdóname hijo mío…- Gabriel cerró los ojos y espiró.
-¡Padre! ¡Padre!- Fílakos se acercó a su padre para ver que le ocurría, enseguida se percató de que algo había sobre el pecho de Gabriel. Lo tocó con la mano que aún le quedaba intacta y se asustó temiendo lo peor. Cayó al suelo, pero el miedo que sentía hacía olvidar el dolor de sus heridas. Alargó su brazo y cerró los ojos.
De entre sus dedos brotó un pequeño punto de luz, minúsculo como un grano de arena de un color celeste. Pronto se fue agrandando hasta crear una esfera que cabía perfectamente en su mano. Extendió la palma de su mano, abrió los ojos y la esfera se alzó sobre ellos. Entonces sus sospechas se confirmaron… había una espada clavada en el pecho de Gabriel, una espada que había acabado con la vida de su amado padre.
-¡Noooooooooo…! ¡Padre! ¡Padre!- El llanto de desesperación e impotencia de Fílakos hizo huir a los caídos que saqueaban el palacio.
Se incorporó e intentó con sus pocas fuerzas arrancar esa espada, pero de nada sirvió el esfuerzo… de la misma fuerza y resbalando en su propia sangre cayó al suelo. No podía levantarse, sus heridas le hicieron prisionero de esa sala que sería su lecho de muerte sin duda alguna.
Fílakos permanecía a los pies de su difunto padre…Su vida se iba apagando poco a poco…mientras no paraba de susurrar las mismas palabras una y otra vez…
-Que los cielos nos perdonen…