

Lanúk, observaba aquella ciudad mortal con detenimiento. La noche mecía un aire viciado. La mezcla del humo con un incipiente aroma dulce proveniente de algunos árboles crearon un olor extraño, algo que nunca había olido en el mundo del que venía.
Miró a su alrededor y sólo habían unos refugios convertidos en hogares para los mortales, al parecer habían evolucionado bastante los humanos. Grandes edificios, anchos caminos llamados “calles”. Habían desarrollando el uso de la electricidad, de tal manera que eran capaces de manipularla a su necesidad o mejor dicho…antojo.
Varias casas encima de otras y algún árbol introducido entre esa jungla de piedra y tierra. Observó a lo lejos un pequeño terreno con más plantas de lo normal, tenía grandes y fuertes árboles, sitios dónde sentarse y algunos extraños artilugios, los cuáles no encontraba explicación alguna para definir su función. Todo iluminado por las escasas luminarias comerciales, acompañadas de un enorme río que fragmentaba la ciudad en dos.
Una pareja de mortales conversaban sentados allí. Ella de pelo negro azabache con un abrigo color verde oscuro, que le cubría casi todo el cuerpo y él de pelo rojizo, alto y con un abrigo color azul que le cubría hasta la altura de la cintura.; abrazados el uno al otro se demostraban su amor. Lanúk en su curiosidad por el pensamiento humano, se concentró en agudizar sus sentidos para oír lo que decían.
- Raúl…te quiero - Decía la chica.
- Yo también te quiero Mónica- Contestó el chico, sacando una pequeña caja del bolsillo de su abrigo. – Creo que ha llegado el momento de dar un paso más y de hacerte una pregunta. ¿Quieres casarte conmigo, Mónica?- Dijo el chico mientras abría la caja para enseñarle algo que no distinguió bien, pero que tenía un brillo dorado.
La chica enrojeció y se quedó sin palabras.
Mientras tanto Lanúk comenzó a oír a una mujer pedir auxilio desde el otro lado de la calle. Entonces se giró para observar mirando por la otra cara de la casa. Una mujer caía al suelo mientras 2 chicos vestidos con ropajes oscuros corrían con un saco en las manos en dirección a una especie de casa andante de color gris.
-¡Vamos, subid al maldito coche! – Les decía alguien desde dentro.
Permaneció observando la maldad de esos humanos, esperando ver llegar a los agentes de la justicia, para impartirla en aquel lugar.
Pasaba el tiempo y nadie aparecía, incluso pensó en darles un escarmiento a aquellos ladrones, pero recordó una de las normas del Angelión “No intervendréis en el mundo mortal”. Y permaneció a la espera. Tras unos minutos, la señora se puso en pié y se encaminó calle abajo. Nadie había aparecido para ajusticiar el hecho… ¿Es que no hay justicia en el mundo humano?
De repente, el zumbido de unas campanas replicando penetraron en el oído de Lanúk, haciéndole respirar más rápido por el susto ocasionado y provocándole un extraño mareo.
Este mundo era más hostil de lo que creía ¿Merecía la pena luchar por él?
Respiró hondo, cerró los ojos y relajó sus músculos mientras mantenía la postura. Sostenía el frío y alargado acero entre sus dedos.
Concentración y decisión transmitida a sus manos.
Contuvo el aire en sus pulmones por unos segundos, balanceó la barra de acero y golpeó su objetivo con todas sus fuerzas.
No quiso mirar y expulsó el aire tranquilamente. Algo le había salpicado en los pantalones al impactar.
Temiendo lo peor miró hacia abajo localizando la suciedad de siempre, esa sustancia resbalaba por sus espinillas manchando de goterones el suelo.
Enterró su motivación del día en la ira que le provocó las manchas en su nuevo traje y golpeó su objetivo varias veces, hasta dejar la superficie lo más amorfa posible.
Un llanto ahogado sonó a unos pocos metros. Se giró y visualizó a esa rata, esperando ver si también dejaría su cráneo fragmentado en trozos aleatorios sin sentido.
Levantó el hierro y le señaló, dando a entender que si todo no iba de la forma prevista sería el siguiente bulto de carne inerte que ensuciaría la moqueta de aquella habitación de hotel.
Asintió con la cabeza mientras todo su cuerpo temblaba.
Era de entender...
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20 minutos después.
Un tono…
Dos tonos…
Tres tonos…
Cuatro tonos...
- ¿Sí?
- Raymond, ya está hecho.
- ¿Algún contratiempo Andrew?
- Nada que no se pueda resolver con un partido de golf.
- Entiendo.
- Dígale al Don que este tema está zanjado. No volverán a cerrar más el local.
- Perfecto. Se lo haré saber, seguro que se alegrará de que hayas solucionado este asunto con tanta brevedad. Como siempre.
- Bien. Si me necesitan ya saben donde localizarme.
- Sí. El Don agradece tu fidelidad y la eficacia de tu trabajo. Estamos en contacto.
- De acuerdo, hasta pronto.
Las palabras se convirtieron en pasado, los pasos anidaron tiempo en sus entrañas y las marcas que dejaron hacía tiempo que se desvanecían con el paso de Cronos.
Era curioso pararse a pensar cuanto tiempo había pasado desde la última vez y todo lo que sufrió para mutar el cambio que necesitaba. Pero sonrió y cerró los ojos.
El nuevo aire penetraba una vez más en sus pulmones, mientras la melancolía inundaba su mente trasladándole hasta momentos ya pasados, buenos momentos sin duda. Miraba al cielo con los ojos cerrados y sonreía pensando en lo que dejó atrás… Familia, amigos, compañeros, conocidos… personas de las cuáles se había alejado y distanciado; personas de las que era necesario separarse para poder avanzar en el camino.
Estiró los brazos como si esperase recibir el abrazo más grande que jamás habría notado un ser humano. Cerró los ojos con más fuerza y volvió a sonreír. Pensó en aquellas personas que formaron parte de su vida y que dejó atrás… personas que la distancia había roto casi el contacto, personas que fueron pilares importantes en determinado momento de su vida y que contribuyeron en la forja de su alma.
Sus pies se pusieron de puntillas, estirando su cuello hasta el cielo azul. Abrió los ojos, miró las nubes y asintió con la cabeza. Estaba dispuesto a volar hacia lo más alto.
Volvió a pensar en que había dejado todo eso para apostar por un nuevo sueño. Una lágrima irrumpió por su mejilla derecha. Su gesto era más serio y sus pómulos tensaron el resto de su cara.
Quería volar, volar muy rápido. Poder forjar el nuevo sueño y revivir momentos felices con los pilares de su persona. Quería destruir la tierra que separaba sus dos vidas y unirlas… o simplemente mantenerlas la una al lado de la otra…
No era posible, pero se conformó con saber que aquellos seres que fusionaron su materia prima para forjar su camino estaban bien, felices y que pese a realizar sus vidas sin contar con él como un elemento común… nunca le olvidan.
Se inclinó hacia atrás y se dejó caer lentamente… no había equilibrio posible, ni tampoco fue buscado. El viento sintió su caída y segundos después al contacto con el suelo le acomodó entre el césped y la sombra de aquel viejo árbol del parque mientras esbozó una sonrisa a la par que tarareaba una vieja melodía ya común en él.
El silencio se abrió paso tras la ensordecedora explosión. No recuerdo bien si fue que todos acallamos o si fue la presión en mi cabeza al contraerse mi respiración, pero de repente no oía nada. En cuestión de segundos, mientras veía el edificio desplomarse al final de la calle algo, cambió dentro de mí.
El viento acalorado de las llamas no me hizo inmutarme, pues sólo pensaba en todas las vidas que se habían apagado después de que ese bastardo apretase el botón.
Tantas familias se habían quedado incompletas, tantas personas con una vida cada una… se habían extinguido, por la ira de un sólo individuo.
Frente a nosotros, el verdugo reía a carcajadas mientras lanzaba al aire el detonador ya usado. Pensé durante un momento en aprovechar para salir corriendo, pero el miedo parecía haberse esfumado hacía una eternidad.
Los tres secuaces del verdugo nos apuntaban, sonreían al mirarnos para darnos a entender que seríamos los siguientes.
Ya no me importaba salir de allí herido o incluso morir, en mi corazón sólo había desprecio por el ser humano… nunca había entendido y aún a día de hoy sigo sin entenderlo... ¿Cómo es posible que el ser humano llegue a encontrar placer en el genocidio?. Segar vidas por dinero...
El eufórico verdugo arrojó a un lado de la calle el detonador y pareció serenarse tras su ataque de euforia. Sacó una pistola de la parte de atrás de su cintura y apuntó a mi cabeza.
- Tú serás el siguiente. - Me miró fijamente a los ojos. - No lloras chico. Dentro de ti, sabes que eres como nosotros. Y no mereces vivir.
- ¿Por qué? - No podía pensar en otra cosa más que en lo que sentía. Seguía sin entender nada. - ¿Por qué habéis hecho todo esto? – Le dije mirándole fijamente a los ojos.
- ¿Y por qué no hacerlo? - Pegó el cañón de su pistola contra mi sien y pegó su frente con la mía. - ¿Por qué seguir el orden dictaminado por los demás?
- ¿Qué? - Dije sin apartar la mirada.
- No seguimos ningún régimen político, no nos sometemos bajo el yugo de los más ricos y mayores embusteros del universo. Despierta y comprende lo que digo chico. Nosotros amamos la libertad.
-¿Política? - Me encaré con él apretando mi frente contra la suya con más fuerza. - ¿Toda esta mierda es por pura política?
El verdugo se apartó, se giró y caminó unos pocos pasos. -¡Noooooooo!- Gritó dándose la vuelta mientras negaba con la cabeza de una forma exagerada.- Esto es por la libertad del hombre, es un acto que reivindica que no nos hemos dado por vencidos. - Volvió a caminar hacia mí, para pararse a un par de metros de mí. - El mundo que conoces está dictaminado por normas, pautas, costumbres…ellos quieres que pienses lo que les interesa que pienses. No somos más que marionetas de un ideal. - Mientras me decía todo eso, me señalaba continuamente con la pistola.
- Estás loco.
- Si estar loco es tener bien claro lo que quiero… - Abrió sus brazos de par en par. - ¡Adoro la locura! ¡Estoy loco! Cada existencia en este mundo tiene su contrapartida. El blanco tiene al negro, el día a la noche, el mar al desierto… la civilización al caos. - Me volvió a pegar el cañón de la pistola contra mi sien. - Estoy aquí para romper el orden establecido, quebrantar las normas y hacer entender a todo aquel que se cree dueño de nuestras vidas, que no es así. Soy un efecto a la causa por la que tu mundo se mueve. Soy el antagonista perfecto para esta novela que acabamos de emprender.
Bajó la pistola, me sonrió y de repente todo volvió a quedarse en silencio. Se desplomó en el suelo y la sangre comenzó a brotar de su cabeza. Sus secuaces cayeron al suelo desplomados y la policía se acerco a nosotros.
- ¿Estáis todos bien?
Todos asentimos con la cabeza, pues no comprendíamos lo que había pasado… todo había sido muy rápido.
Los rehenes pasaban al lado del verdugo gritándole y maldiciéndole por asesino. Yo permanecía callado con la mirada fija al fondo de la calle. No entendía nada.
De repente una radio sonaba en el walkie de uno de los agentes que me ofrecía una manta.
“Atención hemos encontrado a todos los empleados del edificio que ha sido derribado encerrados en un local al otro extremo de la calle. No ha habido heridos ni muertos en el atentado al edificio. Mandar las unidades aquí”.
Ese día fue, en el que dejé de creer en el ser humano…